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Escribirte ausencias en el agua.
Dibujarte en el aire,
atando historias
con un oxidado alambre de púas que ya no sirve.
El esfuerzo para no olvidar aquello que ya no existe.
Digo, aquello parecido al espejo de tu nombre,
de mi nombre,
del nombre de todos los que me reflejan.
Llevar tus ojos detrás de los míos
(irónica y vacía complicidad),
colgando guirnaldas de fotos que no servirán
cuando yo ya no sirva.
Cuando yo ya no esté en este estar,
Cuando cierre la puerta de mi nariz
y ya no pueda llorarte toda.
En ese cúbico momento
desapareceremos instantáneamente juntas.
Soy el último testigo del color de tu voz.
El último espejo de tu zigzagueante sonrisa.
Cuando me vaya, te irás del todo.
Tal vez volveremos al principio,
a ese día de verano azul
donde cayó la primer lágrima,
donde goteó la primer sonrisa.
A ese ayer deshuesado,
despellejado de golpe por el tiempo
(ese animal sin cara, que sabe
disfrazarse demasiado bien
cuando queremos volver al pasado).
Entonces...
nos ahogaremos de lleno
en palabras que ya nada podrán decir.
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